En esta conjunción de ideas profundiza Miguel Ángel Gozalo, añadiendo abundantes datos relativos a la vida del protagonista. En efecto, la virtud del autor (o “cronista”, como se define) radica en saber cómo acercar al lector la trayectoria impecable en el periodismo, en la enseñanza y en la política de Antonio Fontán, dimensiones que él conoce a la perfección, bien porque fue discípulo suyo (Diario Madrid) bien porque entrevista a coetáneos y compañeros de fatiga de su “objeto de estudio”.
Igualmente, reitera que una de las aspiraciones que movieron el modus operandi de Fontán fue la de buscar una España mejor, a través de su manifiesta vocación de servicio, la cual se pudo apreciar tanto en su desempeño periodístico (fundador de un buen número de periódicos y revistas) como académico y político. Asimismo, Gozalo contrapone el espíritu conciliador y fomentador de consensos de Fontan con algunas otras formas de actuar que han caracterizado a representantes de nuestra clase política, como Rodríguez Zapatero, impulsor del revisionismo frente al acuerdo (pág. 52).
Con todo ello, Miguel Ángel Gozalo se adentra en la vida del personaje, incluyendo sus ancestros familiares. Nos presenta a sus amistades (Florentino Pérez Embid, Rafael Calvo Serer…), sus debates internos de juventud (optar por los jesuitas o por el Opus Dei, estudiar Derecho o Filosofía y Letras). También visita las principales ciudades que lo acogieron a lo largo de su vida (Sevilla, Madrid y Pamplona), entrevistando y dialogando con algunos de sus discípulos y allegados.
Junto a los trazos personales y familiares también nos brinda aquellos otros de naturaleza política, definiendo a Fontán como un liberal-conservador y monárquico que entendía el régimen de Franco como un paréntesis entre “un régimen normal y otro régimen normal. Esta impresión se vio reforzada por la suerte que corrieron los países que habían tenido un régimen fascista” (pág. 92).
Así, efectuando un recorrido cronológico, lo que ordena y facilita la lectura, conocemos la labor desarrollada en Granada, Pamplona (ciudad donde puso en marcha la Facultad de Periodismo, todo un referente en la actualidad) y Madrid, donde siendo ya una figura consagrada del periodismo, sufrió los sinsabores de la censura (cierre del Diario Madrid, a comienzos de los años setenta).
No obstante, con el cambio de régimen le aguardaban a Fontán no sólo nuevas expectativas sino nuevos retos. En efecto, en la España de la recién recuperada democracia tuvo un rol clave en los gobiernos de Adolfo Suárez (Ministro de Administración Territorial, cargo desde el que se opuso al “café para todos”, proponiendo que País Vasco y Cataluña tuvieran un poco más de autonomía que el resto de comunidades autónomas). Asimismo, presidió el Senado, siempre formando binomio con Garrigues y siempre apostando por la convivencia, la concordia y la superación de las heridas generadas por el pasado inmediato. Al respecto, en 1979 escribía en El País lo siguiente: “bajo la cúpula histórica de la Monarquía recobrada, se puso fin a la larga etapa de las guerras intestinas y de la discordia civil, que han martirizado reiteradamente España. Por primera vez somos, de una manera estable, un país sin exiliados y sin presos políticos” (pág. 195).
Ejemplo de ello fue que, durante la elaboración de la Constitución, mantuvo buenas relaciones con el PNV y trató de convertir al senado en una cámara representación territorial, no revisional (pág. 202). No obstante, Gozalo recalca que no fue “político profesional”, etiqueta que el propio Fontán también rechazó.
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