Los madrileños se pueden considerar afortunados por poder ver cuando quieran su tríptico “El Jardín de las Delicias” y otras muchas obras de él, y lo mismo debía sentir Felipe II cuando contemplaba los lienzos de este increíble artista, por eso el monarca más poderoso de todas las épocas dedicó mucho tiempo y esfuerzo a recopilar las obras del maestro flamenco, al que no conoció, pero sí su abuelo Felipe el Hermoso, que llegó a hacerle algún encargo. El fuego, que acabó con el Real Alcázar de Madrid en 1734, devoró, al menos cuatro obras suyas, de ahí que el planteamiento del escritor segoviano sea correcto y, aún más, posible.
El Alcázar madrileño desapareció a mediados del XVIII, luego en tiempos de Felipe IV permanecía en pie. Algo tendrán que estudiar los guionistas de la infumable serie Águila Roja cuando no se cansan de repetir que el Rey Planeta vivía en el Palacio Real: incongruencias de ese tipo nos sorprenden en casi todos los episodios donde esos guionistas tendenciosos no hubiesen aprobado la historia del bachillerato ni en broma, lo mismo ocurre con la reciente serie televisiva estrenada Toledo, donde cualquier parecido con la realidad de la corte de Alfonso X el Sabio es mera coincidencia.
Sin embargo, estos cineastas incultos llenan sus arcas de jugosas subvenciones mientras que los estudiosos y novelistas malviven para poder escribir. España es un país de pésimos cineastas y de magníficos novelistas históricos. España es un país de gente que va al cine y lee poco y nosotros tenemos la obligación de cambiar esa tendencia. Novelas como la de Alfonso Domingo, perfectamente documentada, ambientada y un prodigio de narración, merecen una difusión amplísima y, si me apuran, de esta novela sí saldría una gran serie, pero con guionistas de verdad.
Jerónimo Díaz, era un joven pintor anarquista exiliado al final de la guerra civil. Recibe el encargo de copiar un enigmático cuadro de El Bosco, Jonás y la ballena, una obra que aparece y reaparece misteriosamente a lo largo de la historia y que el rey Felipe II tratará de adquirir en el siglo XVI. Su trabajo se verá interrumpido por la invasiónalemana y Jerónimo acabará —como miles de compatriotas nuestros— en el campo de concentración nazi de Vught, curiosamente cercano a la localidad natal del pintor.
Más de sesenta años después, Javier Carreño —un especialista en la obra de El Bosco— es designado comisario de una magna exposición que se celebrará en el Museo del Prado. Pero cuando conoce a Jerónimo Díaz, lo que en un principio era un trabajo metódico y burocrático, se convierte en la gran aventura de su vida: una aventura de final impredecible.
El espejo negro no solo es un thriller cuidadosamente documentado sobre el mundo del arte y sus más ocultos recovecos, a través de París, Venecia o Ámsterdam: asimismo es un recorrido por la más reciente y escalofriante memoria de Europa. Y como sucede con las obras del pintor flamenco, esta memoria revelada por El espejo negro puede resultar al mismo tiempo tan sugerente como inquietante.
Pero es más que un thriller, es una obra moderna, con varios narradores que se van superponiendo y van dando distintos enfoques. Jerónimo Díaz escribe en primera persona, relata su vivida experiencia en dos guerras, en el campo de concentración con un dramatismo que sobrecoge y una emoción que estalla en distintas ocasiones. El pasaje de Largo Caballero en el campo de concentración estremece y, mucho más, cuando relata que su enemigo en el PSOE Indalecio Prieto fue la persona que más le ayudó para intentar salvar su vida.
Cuando el protagonista es Javier Carreño, se narra en tercera persona por un narrador omnisciente que controla el tempo de la obra a la perfección, que estruja hasta lo indecible una trama que no para de sorprender. Corta el hilo de la historia para ir al pasado, a los siglos XV y XVI, para que el lector recabe más información, bien por parte de ese narrador omnipotente o bien por medio de cartas de los protagonistas reales de la historia y, del propio Bosco, que con caracteres cirílicos escribe sus sentimientos y cómo ve su mundo lleno de demonios y seres extravagantes que no son más que un subterfugio para encriptar en sus cuadros saberes alquímicos, que tanto le gustaban a Felipe II, de ahí su afinidad.
Estamos pues ante una novela profundamente original, bien escrita y documentada. Su principal logro es que va perdiendo el barroquismo y la erudición del comienzo para ganar en agilidad según transcurre la trama, que aunque previsible, porque la historia es la historia, se retuerce para mantener en vilo al lector, cosa que consigue con una amenidad digna de elogio.
Alfonso Domingo (Turégano, Segovia, 1955) ha trabajado en prensa escrita, radio y televisión. Periodista especializado en información internacional y reportero de guerra, también es autor de doce series documentales: en total más de cien trabajos documentales, algunos doblemente galardonados.
Especialista en la guerra civil española y la posguerra, ha publicado ensayos de historia oral como El Canto del búho (2003), Retaguardia (2004), Historia de los Españoles en la II Guerra Mundial (2009), así como la novela biográfica El ángel rojo (2009). Es coautor de El vuelo del Cuatro Vientos (2003) y autor del libro La serpiente líquida (2005), sobre mitos, ritos y chamanes del Amazonas.
Su primera novela, La Madre de la Voz en el Oído, ganó el premio Feria del Libro de Madrid. La Estrella Solitaria (2003) obtuvo el VII premio de novela Ciudad de Salamanca. Con El espejo negro acaba de obtener el Premio Ateneo de Sevilla.
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