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Mi voz, mis manos, mi mirada, mi cuerpo entero, mi energía, todo es tuyo, hazte con ello, busca el lado positivo, convierte tu voz, tu mirada, tu cuerpo entero, tu energía en algo de todos, que podamos compartir, nada es de nadie, nadie tiene nada, el mundo puede ser plano o redondo, según se mire, tú míranos con ojos de cordero degollado, no hables, siente el silencio, reviértelo en alegría, en vivir por encima de los demás, por encima de tus posibilidades, por encima de tus creencias.
| La increíble historia de Elzéar Duquette |
Lo que te depare la vida es solo cuestión de desearlo, pero también de ponerse a ello, aunque después no haya tal triunfo, se trastoquen los planes, si es que los hubiere, o no sea el final esperado, si es que esperábamos uno concreto.
¿Quién le pone el anillo en un dedo a la dama que acaba de perder a su marido y a su suegro? Solo puede hacerlo un rey. Ese rey rastrero, vil, que es capaz de ofrecer su reino por un caballo cuando ya está casi derrotado.
| El largo camino (Foto: Hasterfröch) |
Cuando una guerra comienza, sea cual sea la causa, (y lo peor es que no haya causas), se producen cambios, metamorfosis, se trastoca la forma de vida. Indefectiblemente desaparecen personas, surge el miedo, la precariedad de la subsistencia, el horror, el caos, la muerte.
Habría que diferenciar entre personaje y persona. Entre actor/actriz o ente corpóreo. ¿Cuándo se conforma el personaje? ¿Cuando el autor lo concibe en su cabeza, cuando le das palabras o cuando el intérprete lo asume por primera vez?
¿Qué es verdad y qué es mentira en el arte? ¿Acaso el amor es la pieza angular sobre la que siempre tiene que girar el mundo de las ilusiones, aunque éstas sean falsas? ¿Las relaciones humanas sólo están gobernadas por las apariencias?
Daños colaterales. Viajar a través de la guerra y sus consecuencias. Estar inmerso en el dolor, en las heridas, en el quebranto. Tiempo gris y taciturno, húmedo, y desértico al mismo tiempo, en ruinas, en el borde la vida y de la muerte. Residuos de humanidad, ciénagas y tierra ensangrentada, Dios ausente, se recitan las plegarias del horror y desconsuelo.
«No amamos a alguien si nunca hemos amado», nos dice uno de los personajes de esta magnífica obra de teatro donde la palabra es la verdadera protagonista. Palabra como hilo conductor por el que todo fluye: el amor, la ira, el alcohol... Palabra como varita mágica que lo alumbra todo y nos anuncia lo que está por llegar y padecer. Palabra como liturgia sagrada que el ser humano nunca debería perder, y también, como sinergia con la que dotar a la vida de sentimientos. La palabra, en definitiva, como ese delicado equilibrio en el que nos movemos como trapecistas sin red que nos acoja en la caída.
Somos un simple garbanzo en medio de un cocido. Y, a pesar de ello, no nos amilanamos. Ponemos nuestra entidad, nuestra idiosincrasia, clara y limpia, al servicio de la comunidad.
La grieta está ahí, detrás de nosotros. Al principio no la vemos, pero poco a poco nos acecha sin que apenas nos demos cuenta de su presencia. Pero llega un momento que está tan cerca que reduce el espacio que necesitamos para vivir y hacerlo con cierta libertad. Esa grieta es la que en un momento dado nos asfixia y provoca que ya no seamos aquellos que fuimos. Somos otros. Invisibles para los demás. Extraños para nosotros mismos.
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