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LITERATURA > FIRMA INVITADA
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La historia del destierro es tan antigua como la propia historia del hombre. En Grecia y en Roma, el destierro o el exilio era la pena máxima que se le atribuía a un ciudadano, cuyos actos eran considerados un delito en contra de la religión. El mismo destino le esperaba a la persona que se salía del marco de la legislación. El emigrante, el exilado o la persona que ha abandonado su país por causas económicas o sentimentales; deambula, a un principio, por senderos de inseguridad, de angustia y de temor. Tiene que renacer para adaptarse al país acogedor, a las costumbres, a la comida y a un nuevo idioma.
Aprovechándose de los clementes dictados de la excelentísima señora ministra doña Irene Montero Gil y de su jefe, don Pedro Sánchez Pérez-Castejón, un preso de Fontcalent se declaró transexual —aunque con los atributos todavía en su sitio y en excelente funcionamiento— para obtener el traslado a la sección femenina de la cárcel y, zas, dejó preñada a una compañera de penal. El caso es que el mozo ya avisaba como los pablorromero cuando salen de varas, porque también aseguró que era tan transexual como exigiese el reglamento pero, ojo, de orientación lesbiana. Comentario que debieron tomarse los funcionarios como una muestra de confianza, en cambio, ya digo, era toda una advertencia. Y ahora, ahí tenemos a la embarazada sin remiendo, mientras el muy lindo, aprovechando un permiso, se ha esfumado como los capitanes de Flandes en los romances antiguos, y eso que era búlgaro.
| Miguel de Cervantes Saavedra (Foto: Archivo) |
«Oh dulce España, patria querida», Miguel de Cervantes Saavedra
El benemérito historiador Fernando Jesús Bouza Álvarez, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Complutense de Madrid, Director de la revista Cuadernos de Historia Moderna, y autor de los excelentes libros, sirva de ejemplo, Palabra, imagen y mirada en la Corte del siglo de Oro: historia cultural de las prácticas orales y visuales de la nobleza (Abada Editores, 2020); Del escribano a la biblioteca: la civilización escrita europea en la alta Edad Moderna (siglos XV-XVII), (Akal, 2018); Felipe II y el Portugal “dos povos”: imágenes de esperanza y revuelta (Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial, 2010); descubrió dos nuevos documentos tocantes a la aprobación de la primera parte Don Quijote de la Mancha en las escribanías de la Real Cámara del Consejo de Castilla, cuyo presidente era el I duque de Peñaranda de Duero, Juan de Zúñiga Avellaneda y Bazán (1541-1608), para la tramitación de la licencia y el privilegio de impresión pedidos para «un libro llamado El ingenioso hidalgo de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra» (F.J. Bouza Álvarez, Dásele…, 5).
George Steiner en “The New Yorker” (F.C.E., México, 2009, pp. 257, 258), Steiner delinea acabadamente, a propósito de Gershom Scholem, el perfil del erudito, aquel que “se hace uno con su material, por abstruso, por recóndito que sea. Funde la fuerza de su propia personalidad y su virtuosismo técnico con la época histórica, el texto literario o filosófico, el tejido sociológico que está analizando y presentándonos. A su vez, ese tejido, ese conjunto de fuentes primarias, adoptarán algo de la voz y el estilo de su intérprete.”
En tiempos de fundamentalismos, de fanatismos orientales y occidentales, en época de turbulencias varias, de engaños y trampantojos masivos, de la ofensiva de los gurúes de la Inteligencia Artificial que buscan anular la inteligencia, el sentido común y la sensibilidad artística, es muy saludable aferrarse a salvavidas insumergibles y refugiarse entre las páginas de los clásicos del pensamiento, es decir, de todos aquellos que, desde hace muchos siglos, nos vienen alumbrando sobre la condición humana, la misma que observaron ellos y podemos ver hoy, la que no podemos cambiar, pero sí conocer mejor.
| Sorolla pintando a su mujer, Clotilde |
Aun a riesgo de que estos artículos, con tanto conmemorar decesos célebres, parecieran una sucesión de pomposas necrológicas, me había propuesto recordarles que el próximo jueves se cumplirán cien años de aquel viernes cuando, dadas ya las diez de la noche, moría en Cercedilla Joaquín Sorolla Bastida.
Científicos alemanes y suizos descubrieron hace unos años que los versos de Homero pueden ser un buen medicamento contra la hipertensión. Su lectura, dicen, acompasa los latidos del corazón porque nuestro cuerpo encuentra en ellos el ritmo adecuado. Casi tres mil años ha necesitado el poeta griego para que los humanos le encuentren utilidad a su obra.
Una mujer lúcida y apasionada escribió para sí misma un texto sobre la importancia de la felicidad. Leído hoy, casi tres siglos después, ayuda a abonar la paz interior y a tratar de entender los problemas que nos siguen mortificando. Discurso sobre la felicidad, de Madame du Châtelet (El Desvelo Ediciones, 2023, introducción y cuidada traducción de Marta Cerezales Laforet), me ha hecho reflexionar, además, sobre la actualidad del siglo XVIII.
| Manuel Vázquez Montalbán (Foto: Archivo) |
Merece la pena detenerse no sólo en la enunciación, sino en las derivaciones que de la misma dimanan a propósito de un concepto que Werner Jaeger sitúa al comienzo de su inestimable Paideia (F.C.E., México, 1957) explicando, precisamente, la palabra que da título a su obra: “Los antiguos tenían la convicción de que la educación y la cultura no constituyen un arte formal o una teoría abstracta, distintos de la estructura histórica objetiva de la vida espiritual de una nación. Esos valores tomaban cuerpo, según ellos, en la literatura, que es la expresión real de toda cultura superior.” ¿Qué rasgo distintivo, puede cualquiera interrogarse, hace de la literatura “la expresión real de toda cultura superior”?.
| Miguel de Cervantes Saavedra |
En el capítulo VIII de la primera parte del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) trae a sus páginas la historia de un héroe legendario, quien se hizo célebre en la batalla de Jerez de la Frontera (1231), durante el reinado del rey Fernando III de Castilla (1199-1252), llamado «el Santo», con la siguiente cita:
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