Así como la literatura constituye un viaje, así también el viaje conforma interiormente a la literatura. Íntimos, caminan juntos y han caminado -más aquí de las páginas, más allá de las páginas-, siempre entre las palabras de sorpresa, de intriga, de quietud o aventura o espera… Donde cabe también, como no podría ser menos, la paradoja: “Durante mucho tiempo yo me había limitado a creer que los alemanes habían perdido la guerra por exceso de organización. Desde las aventuras que acabo de relatar (¡Viva la desorganización!, dentro de ‘La peseta en Teutonia’p.725) voy mucho más allá en mis convicciones, y creo que los aliados no hubieran podido vencer nunca si no estuviesen tan desorganizados como estaban…”
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General Lee, el hombre, el militar y la leyenda |
El libro que hoy les presento, que supera las 500 páginas, lo califico de: ¡soberbio!, y como buena parte de la colección bibliográfica de la editorial Actas nos acerca de forma muy inteligente a este personaje de la gran Historia del siglo XIX, que nunca pudo pensar que iba a producir tanto tipo de diatribas y enfrentamientos, que se pueden cualificar en 50% a favor y el resto están en contra, sentimientos encontrados y, en pequeñas ocasiones, absurdos, sobre todo en una sociedad estadounidense que se distingue por su parco nivel cultural, que es lo que han conseguido promover sus presidentes, desde el primero, el virginiano y esclavista, amén de matador de británicos y de indios, George Washington (Westmoreland, 22 de febrero de 1732-Mount Vernon, 14 de diciembre de 1799), definido como estricto propietario de esclavos de raza negra, aunque también utilizaba sirvientes blancos. Y lo mismo se puede indicar, inclusive con más gravedad si cabe, por parte del tercer presidente Thomas Jefferson (Shadwell, 13 de abril de 1743-Monticello, 4 de julio de 1826), quien una vez enviudado vivió con una esclava afroamericana llamada Sally Hemings, con la que tuvo seis hijos, que padecieron una vida complicada y difícil.
De Coronado a Oñate |
La mirada del espejo |
Comuneros. La revolución de Castilla |
La conversación infinita |
“Sólo contemplo el género periodístico de la entrevista como conversación”, escribe el autor a propósito de su misión, de su función por su calidad de interlocutor; un gesto democrático que no es difícil de advertir que se pone de manifiesto en cada una de las entrevistas reproducidas aquí, realizadas a personajes relevantes, significativos en distintas áreas en el desempeño de sus tareas en torno al pensamiento creativo, y que nos aproximan, por la calidad de su criterio, a un conocimiento mayor y mejor del mundo convulso en que nos vamos moviendo diariamente.
Los antropócratas quieren ser felices |
Aunque sea poco comentada y reconocida, la saga de los filósofos poetas se inicia con Jenófanes y Parménides, y se prolonga hasta Hannah Arendt y María Zambrano, pasando por otros grandes pensadores como, por ejemplo, Nietzsche o Heidegger. Y si se trata de recordar a poetas filósofos o muy cercanos a la filosofía -la otra cara de la moneda-, tras Timón de Fliunte o Lucrecio, llegamos a Antonio Machado y Paul Valéry, sin olvidar a Petrarca o Voltaire, solo por citar unos escasos, pero notables referentes. Una tendencia literaria en la que se inscribe asimismo el poeta Javier Olalde, autor de formación filosófica, de quien el también poeta y crítico literario Pedro López Lara ha puesto de relieve que su obra poética “se inserta en una corriente insólita en la actualidad: la poesía de ideas”.
Ilión |
Un hombre que se parecía a Al Pacino |
Había una vez un actor de Hollywood que se llamaba Al Pacino y que quería ser escritor de novelas. Tras rodar “El Padrino” y dirigir para el cine una obra de Shakespeare, alguien le dijo que en España vivía un profesor que se daba un aire a él y que se llamaba Justo Sotelo. Había nacido en Madrid, en el barrio de Chamberí, se había hecho economista y trabajado como bróker, y luego se había licenciado en literatura y escrito una tesis doctoral sobre un escritor japonés que también se daba un aire a Justo Sotelo, sobre todo en su pasión por la música clásica y el jazz y algunos escritores como Kafka y Scott Fitzgerald, aunque todos decían que tenía una forma de ser más parecida a la de Woody Allen, con sus sempiternas gafas, su continuo cuestionamiento de todo y esa penetrante manera de ver la vida.
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