El resultado cabe calificarlo de sobresaliente pues combina análisis con opinión bien fundamentada. Al respecto, resulta muy útil el apartado de valoraciones que aparecen en el capítulo de conclusiones, donde puede apreciarse como la historiografía marxista (E.H Carr o Hill) reivindicó el legado de la revolución rusa, definiéndola como “proceso social”, “ataque al capitalismo” y justificó, en última instancia, la violencia empleada por Lenin y sus acólitos.
Largo Alonso disecciona las razones que dieron lugar a la revolución bolchevique de 1917 para lo cual emplea los primeros capítulos a explicar cómo era la Rusia zarista. Ahí hallamos un país con evidentes diferencias sociales y que muestra un atraso político e industrial con respecto a otras potencias europeas. Asimismo, esta Rusia autocrática presenta en su interior un clima de violencia exacerbado que hunde sus raíces en los populistas y anarquistas del siglo XIX. Desde el punto de vista de las ideas, encontramos en esa Rusia pre-revolucionaria una notable recepción e interpretación de los postulados marxistas (Lenin, Trotsky, Plejanov…).
La decisión gubernamental (es decir, del Zar) de entrar en la Primera Guerra Mundial fue el fenómeno que precipitó la sucesión de acontecimientos ocurridos entre febrero y octubre de 1917. La destitución del Zar Nicolás II dio paso inicialmente a un gobierno provisional (Lvov) y posteriormente a la revolución de octubre liderada por Lenin: “frente al punto de vista aceptado por la historiografía rusa más ortodoxa, la Revolución de Octubre no fue un hecho espontáneo como la de febrero, sino un movimiento cuidadosamente calculado y preparado en el que el disciplinado Partido bolchevique jugaría un papel decisivo. Su carácter altamente jerarquizado y centralizado, con un liderazgo incuestionable, proporcionaba una cohesión muy útil al infiltrar las instituciones por miembros de dicho partido. Su eficacia al construir el nuevo Estado soviético fue decisiva” (p. 113).
El bolchevismo en el poder trató de poner en marcha el “paraíso en la tierra” que venía pregonando desde hacía varios años. Esto se tradujo en represión, asesinatos (no sólo de la oposición) y un desprecio por la democracia y sus mecanismos e instituciones. Debe recordarse que los bolcheviques cerraron la Asamblea Constituyente al no ser mayoría en la misma.
María Teresa Largo Alonso no se conforma sólo con analizar minuciosamente las tres fases que encierra el periodo 1917-1921, sino que va más allá para indagar en el funcionamiento del nuevo régimen.
No obstante, el “nuevo mundo comunista” hubo de esperar pues entre 1917-1921 se libró en el interior del país una sangrienta guerra civil, mientras que en el exterior Lenin pactaba la humillante paz con Alemania. En este punto encontramos una de las principales virtudes de la obra. En efecto, María Teresa Largo Alonso no se conforma sólo con analizar minuciosamente las tres fases que encierra el periodo 1917-1921, sino que va más allá para indagar en el funcionamiento del nuevo régimen.
Ahí emerge la figura de Lenin, un líder populista y cínico, que ante los primeros síntomas de fracaso de su proyecto político (hambre, carestía y pobreza de la población), no vaciló a la hora de introducir medidas de económicas que contradecían la doctrina marxista, como la NEP que permitía ciertos márgenes a la propiedad privada. Asimismo, Lenin tampoco dudó a la hora de renegar de la revolución mundial, calificando de reaccionarios a aquellos partidos comunistas de otros países que no se amoldaron a la recién creada III Internacional liderada por él (p. 156).
En definitiva, como señala el historiador Antonio Fernández “la revolución es un levantamiento contra la autocracia zarista que continuará en la autocracia soviética del régimen de partido único, caracterizado por la falta de libertad” (p.175).
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