Este plural grupo de autores (periodistas, historiadores, economistas, políticos…) no sólo se adelantó en su denuncia sino que ofreció propuestas para acometer el órdago lazando de manera gradual y continuada por la Generalidad a la Nación española. Asimismo, también desenmascararon al secesionismo a través de un análisis pormenorizado de sus principales mantras: desde la defensa del “derecho a decidir” y del “soberanismo”, hasta la consideración de la lengua como herramienta al servicio del binomio cohesión/ascenso social. Sobre este último punto, Mercé Vilarrubias subraya que “el modelo catalán parte de un diagnóstico muy peculiar: Cataluña es monolingüe y el español es un accidente de la historia” (p. 215).
En consecuencia, mucho antes de que se celebraran el 9-N y el 1-0, este colectivo denunció con pruebas avaladas por el curso de la historia, el modus operandi liderado por CIU y ERC, con la ayuda inestimable de las CUP así como de algunas formaciones con presunta vocación estatal (Podemos). Como el lector apreciará, sus juicios fueron atinados pero también es verdad que los reproches mostrados hacia el constitucionalismo en Cataluña por la indiferencia (incluso dejadez) con que respondía a las provocaciones nacionalistas, generaron una suerte de estímulo en aquél, compareciendo finalmente en el terreno de la batalla de las ideas: “el gran espacio central del pensamiento político catalán contemporáneo, formado por el autonomismo, el federalismo y el catalanismo hispanista parecía que se había volatizado” (p.13).
Una de las grandes virtudes de esta obra radica en su radiografía del nacionalismo catalán, el cual ha mutado en secesionismo, transformación percibida por los autores. Así, las provocaciones actuales al gobierno de la Nación no obedecen a hechos concretos (sentencia del Tribunal Constitucional al Estatuto de 2006, negativa del gobierno de Rajoy a conceder a Artur Mas el Pacto Fiscal…). Por el contrario, durante los años del Pujolismo (1980-2003) se sentaron en Cataluña las bases que han llevado a la consolidación de un discurso hegemónico, divisivo y victimista, en ningún caso mayoritario entre los habitantes de la citada comunidad autónoma. Como señala por ejemplo Fernando Sánchez-Costa: “es comprensible que aquellos que han dedicado su proyecto vital a reivindicar la soberanía catalana les sea casi imposible escribir que los catalanes se levantaron junto a los demás pueblos de España para luchar por la soberanía, por la monarquía y la tradición española” (p.104).
Así, conforme CIU incrementó el independentismo en su programa, halló como respuesta un rechazo de sectores importantes de su electorado tradicional, como corroboraron los comicios autonómicos de 2012, 2015 y 2017. De hecho, a pesar del intento del nacionalismo por mostrarse como un bloque homogéneo y sin cesuras internas, estas últimas existen y son tangibles.
No obstante, el nacionalismo sí que ha conseguido configurar (y dominar) la agenda política y mediática catalana. Para ello, ha resultado determinante su control sobre los medios de comunicación y sobre la educación (fenómeno que se remonta nuevamente al Pujolismo), permitiéndole tergiversar la historia pasada (la derrota de 1714) y presente (equiparar a Cataluña con Quebec y Escocia, exigir el derecho de autodeterminación…).
Sobre esta última cuestión jurídica, conviene leer el capítulo de Susana Beltrán (profesora de Derecho Internacional Público en la Universidad Autónoma de Barcelona): “¿qué derechos individuales han sido vulnerados por el Estado español como consecuencia de la negación del derecho de autodeterminación del pueblo catalán? Los catalanes ¿podemos participar en la vida política española y elegir o ser elegidos como representantes de una parte de la ciudadanía en el Parlamento español? ¿podemos llegar a ser miembros del gobierno de la Nación? Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, es difícil sostener que el pueblo catalán esté en una situación de opresión?” (p.70) Félix Ovejero se pronuncia en la misma dirección: “nadie en su sano juicio puede decir que los catalanes o vascos, habitantes de las regiones más ricas de España, con los políticos mejor retribuidos y con una presencia más que notable en todas las instituciones, ven socavados sus derechos” (p.282)
En definitiva, una obra valiente, necesaria y oportuna escrita sin complejos que pone en valor la unidad, “una pretensión que en Cataluña es revolucionaria”, como bien enfatizan sus autores. Una obra, igualmente, de obligada lectura para entender el pasado y afrontar el presente.
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