Así podría considerarse cuando, en el presente libro, leemos los primeros compases del poema La lancha: “Cuando la lancha/ está en el puente;/ el aire plomizo/ y el hielo roto// inmóvil. Una gaviota,/ la eterna/ gaviota, vuela igual/ que siempre, ojo avizor,/ el pico en dirección/ al agua que le da/ la vida. El tiempo/ se detiene…” En esta poesía, antigua y nueva, hay algo de artesanía estética por la capacidad de observación y por la forma sencilla de describir; esto es, la emoción se sirve con sobriedad, con clarividencia. Es una de las características que me parece distinguen a la poesía norteamericana, no siempre tomada en consideración y, sin embargo, de un gran valor literario que le han hecho ocupar un lugar muy importante bajo la advocación de nombres como el de Wallace Stevens, por ejemplo.
Al tiempo, cabría considerar también ese otro atributo que se definiría, se distinguiría, como ‘una forma de ver’. Una forma de mirar que invoca y evoca a la vez, expuesta en una clave casi de prosa, lo que no le impide acceder, como observador deliberado y consciente, a las intimidades sustantivas, emocionales, de lo observado, cualidad que le otorga un sentir poético manifiesto: “El pequeño y amarillo ajo silvestre,/ primer síntoma verde de la primavera/ en el asfalto de Manhattan,/ si se arranca tal cual brota, a puñados,/ se lava trocea y fríe/ en una sartén, aunque propensa a saber/ un poco a tierra, si está bien cocinada y se sirve caliente con pan de centeno/ resulta el aperitivo perfecto con una cerveza…/ y lo mejor de todo/ es que crece en cualquier parte” Llegados aquí, resulta casi inevitable el recordar a otro autor americano, William Saroyan, cuando expresó: materia literaria es todo, el único secreto es cómo se cuenta, cómo se dice.
Pues bien, lea el animado lector este libro para su bien, con el marchamo añadido de la cuidada edición (bilingüe) del prof. López Merino.
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