1. Pequeñas pistas
La poesía que Heberto de Sysmo (presencia heterómina de José Antonio Olmedo López-Amor) transmite en este poemario es una poesía, en cierto modo, naïf; sencilla en apariencia pero densa y vehemente en su semántica. Discurso que expresa un significado oscuro, en ocasiones terriblemente intelectualizado y, desde aquí, se dirige a la realidad que se halla más allá de las palabras y de los conceptos, hacia el silencio. Es así una poesía que apunta a lo innombrable, a lo exclusivamente tangible. Este viaje gravita sobre diversas zonas de interés como la poesía como conocimiento, la poesía como magia y alquimia, la mística, la metapoesía... De todos modos, se trata, en todo momento, de una poesía metapoética, pues la poesía reflexiona sobre sí misma y establece sus relaciones con la realidad, con la tradición simbólica, con el lenguaje (como representación), con el sujeto...
En este poemario se concibe la poesía como una operación alquímica, cuya tarea consiste en desvelar el significado más profundo de la realidad, en extraer la materia prima de la oscuridad. Solo ella nos permite pescar en las aguas del misterio.
Costumbre adolescente del poeta:
irse de versos,
volver ebrio de magia,
despedir el ocaso de la Luna.
(«Versotropismo»)
2. Metapoesía
La metapoesía es un movimiento que se dirige al interior del poema, este se convierte en el único universo de referencia al plegarse sobre sí mismo y erigirse como espacio de meditación. Meditación ve viene establecida desde la misma estructura del poemario («Physis», «Mathesis», «Mímesis», «Semiosis»: realidad, representación, reflejo, discurso). La metapoesía se convierte aquí en espacio propicio para la teoría, en el que repensar sobre la función que se le atribuye a la propia poesía: conocimiento del ser, expresión de la realidad más cercana, intento de representación de lo irrepresentable, espacio de conjunción entre los humanos... En algunos poemas se plantean cuestiones relativas a la distinción entre el lenguaje y la realidad o entre el código poético y su sujeto. Este es el caso del poema que inicia el poemario y que se titula «Dicotomía saussureana», en él se distingue el lenguaje como invención y artificio humano [(conceptual) que se proyecta sobre una realidad ilimitada, tangible, a la que recorta] del lenguaje individual, profundo (poético). La poesía se separa del entramado social, de la red conceptual colectiva, porque supone un código íntimo (individual), subjetivo y enigmático. Es el único lenguaje («dialecto en alambique») capaz de representar lo más misterioso, tanto del ser como de la realidad:
Esta jerga de nadie y para todo;
arquitectura afín a la conciencia.
Este modo de creer que somos y decimos.
Este acopio de signos sin ternura
¿es mi lenguaje?
Pero, aún así, cabe plantearse si este responde a un sujeto que lo produce: «¿es mi lenguaje?».
En el poema «Atavío» la poesía, como producto lingüístico, aparece como traición a lo real, como otra realidad, representada, que se rige (como ficción e invención: mentira) por otros parámetros existenciales.
Sabes que en la metáfora sucede
algo nunca ocurrido:
que la ficción es hueso que vertebra
la entintación de otra mentira;
sabes que en la escritura
la belleza es hológrafa.
Si en algo aprecias la sinceridad
¿por qué sigues leyendo?
Poesía que es ficción, porque se establece, como entramado de signos, sobre el engrudo de la realidad sin articulación ni delimitaciones. Pero, ficción que desvela realidades humanas que escapan a la tiranía de la lógica:
La Poesía es inteligencia;
conforman ambas ese matrimonio
en que la intuición es rol de amante.
Obviamos la entidad inteligente
cuando nos entregamos a su lira,
mas sin inteligencia, Poesía
sigue siendo aquello que hojece;
el lampo en la deriva.
(«Lampo en la deriva»)
La poesía, mediatizada por su significado emocional, conecta intuición y sentimiento con la producción mental, de signo lógico. Pero cuando el poema queda desatado de sus servidumbres conceptuales se manifiesta como un relámpago de inmediatez (símbolo del satori[1] en el budismo zen) cuya manifestación literaria es el koan[2]. Así el lenguaje se abandona al oleaje de sus palabras y danza consigo mismo.
3 Conocimiento
Heberto de Sysmo concibe la poesía como método de conocimiento y de aprehensión de la realidad, tanto exterior como interior y humana. Se trata de un acercamiento, intuitivo y emocional, al ser, para profundizar en sus más intransitables laberintos y en sus más inaccesibles sótanos. A su vez, supone también de un acercamiento al ser humano como colectividad, a su tradición simbólica mediante la expresión y reactivación de sus arquetipos[3] o figuras simbólicas. La poesía se establece así como discurso del inconsciente:
Literatura del Bien Común:
pesadilla de Licofrón.
Escabel del orgullo:
emunción intrahumana.
Émulos del lenguaje somos,
grafólogos de la inconsciencia,
arquitectos de bella antigrafía.
(«Esbatimiento»)
Lenguaje es pensamiento,
argumento y vehículo,
forma de la ocurrencia,
decir de lo inefable.
Somos en el lenguaje,
a través suyo urdimos
cartografías de la mente.
(«Isoyeta»)
Así encontramos imágenes arquetípicas como la espiral o el infinito (cinta de Moebius), que actúan en su dignificado de circularidad o continuidad, eterno movimiento continuo que simboliza el ritmo incesante y dinámico de la existencia. Tal es el significado del símbolo taoísta del yin/yang.
Decir para vivir,
vivir para decir,
y después de haber dicho
volver a desdecirse.
(«Espiral de vida»)
Invierto una palabra,
y en su reverso
atisbo el arañazo
de aquel primer encuentro.
(«Vida en la elipsis»)
La escritura poética, tal como queda formulada en la poética de Heberto de Sysmo, supone una vía intuitiva al conocimiento, ya que refleja justamente aquello que escapa al control racional, aquellas significaciones perdidas en los espacios más oscuros de nuestro laberinto interior, aquellos misterios que se esconden en los pliegues de la realidad más cercana. La práctica poética es una voluntad de conocimiento, espejo de aquello que somos, tal como se indica en el poema «Vitral delicuescente»:
Palabra es el espéculo tardío
de la consciencia.
No solo la poesía es espejo, sino que significa la posibilidad de percibirnos tal como somos. Poesía que se concibe como el fondo oscuro y necesario donde percibir los trazos de tiza en una pizarra, como el silencio blanco del papel donde se recorta el sonido dibujado por la tinta de la palabra. La poesía es como la muerte, el fondo desde donde podemos percibir la vida. Poesía y ser poseen una relación polar, ya que ella nos escribe y nos pronuncia:
Para que todo sea
debemos expresarnos
(«Tendencia de copista»)
Resistirse a decir, convierte al hombre
en el bruto animal del que procede.
(«Las Fuerzas de la Literatura»)
La poesía no solo consiste en una tarea de desvelar lo que somos, sino que ofrece un espacio de posibilidades (tanto al ser como al saber). Pues ella es una vía alternativa de conocimiento, donde las palabras, sometidas a su propio vaivén, son convocadas unas por otras y de su conjunción aparece la chispa de la conciencia, el relámpago que expande el pensamiento más allá de sí mismo. La poesía crea realidades, al igual como la mente crea símbolos o los árboles crean hojas, automáticamente.
4. Sujeto
Heberto de Sysmo plantea la existencia de una poesía que rechaza las normativas de los códigos comunicativos y se abandona a su propia vorágine, a su mismo discurrir. La poesía se construye a sí misma sin los dictados de un sujeto, de una autoría que dicta. Sin ego, el poema se construye así, el propio lenguaje es quien lo construye. Es el discurso quien dibuja sus estrategias y establece sus conjunciones, una tierra de nadie que revela sus propias significaciones, que explora territorios nómadas y desérticos.
Si criticas el riesgo
y no aceptas que el canto
es un estado de silencio;
piensa que
en terra nullius
siempre florecerán palabras nuevas.
(«Espíritu de campanario»)
Lenguaje en su propio discurrir, sin sujeto.
¿Qué determina cuál,
o qué o cómo o cuánto,
sino el propio poema?
Hablar por él es algo
—cuando menos, impropio—
de quien en humildad subsiste.
Por eso solo creo
en los «casi poetas»,
esos falsos maestros
presos en versos libres.
(«Ponderación de la hermosura»)
Poesía sin límites, rizomática[4], que (como el rizoma) no tiene ni sujeto ni objeto, por ello se pliega perfectamente sobre los territorios que transita. Escritura que es fluctuación, multisecuencial. La poesía, en este sentido, no se pliega solamente sobre la red de símbolos que es el lenguaje; sino sobre el silencio que queda entre sus huecos. Huecos por donde sobresale la realidad.
Se trata de un intento de ir más allá del lenguaje, hacia el silencio de la realidad. Donde el lenguaje se desdibuja, abandonando la noción de sujeto, y adquiere matices nuevos y diferentes. El poema hace que el sujeto quede revelado en él (el poema me conoce, me escribe, me realiza), es él quien se escribe a sí mismo:
Entre los versos
arden palabras libres
nunca escritas.
(«Caligrafía oculta»)
El pensamiento abunda
en los ángulos muertos del lenguaje.
(«Apostema»)
Soy el verbo, la estrofa, la cesura,
el cronopio tachado y abstraído,
en el papel estoy, como en el aire,
pretendiendo nombrar hasta mi encuentro.
(«Cantor idente»)
No es el sujeto quien crea el poema, sino el poema quien certifica la existencia del sujeto, aquello que lo posibilita. Además, el poema es un espacio de encuentros, el del sujeto con el receptor. Es la mirada del receptor quien hace posible la existencia del poema, pues este lo recrea con sus ojos y le da vida, lo revive. Así queda expresado en el poema «El encuentro»:
Atrapado en la hoja de papel
palpita un verso;
espera
estremecer un corazón,
deslumbrar una mente,
desarbolar una conciencia...
Para ser Poesía.
La poesía, pues, es un discurso activo, que, como toda lectura, necesita de la actividad del receptor, quien la hace posible con su tarea. Reactivación del poema, recreación de lo que se halla latente.
5. Alquimia
Para Heberto de Sysmo la poesía supone una alquimia del lenguaje, numerosas son sus referencias directas (fuego, luz, oro...) y también son numerosas las imágenes arquetípicas, propias de la alquimia, que quedan insertadas en ella. La poesía es el proceso de transmutación interior cuyo fin, si de fin puede hablarse, es la experiencia mística: viaje al origen, a la unidad de la cual venimos, a la vacuidad, a la totalidad. Renacimiento. Como en los ritos y misterios de la antigüedad, las operaciones alquímicas suponen una experiencia de desmembración y de reintegración, de muerte y de renacimiento. A ello se alude en el poema «Células comunicantes», en el que podemos atisbar un guiño a Lao-Tsé:
Quien está muerto calla,
quien está vivo expresa.
El lenguaje es la vida,
yo mismo soy lenguaje;
cada acto de expresión
—como origen del todo—
es un renacimiento.
En otras ocasiones la poesía toma la imagen del fuego primordial, la llama de la transmutación que ilumina la existencia. Como la alquimia, la poesía supone un viaje de la oscuridad hacia la luz. La llama, como pasión y dolor, debe ser atravesada para ver la realidad tal como es, sin velos que la enmascaren. Romper el velo de maya y ver un universo formado por la estrecha unión de todos los seres, sin límites, infinito:
Vagar hacia esa luz, antes del tiempo,
para implorar volver, doler la carne,
es la contradicción: ser-en-el-mundo.
(«Génesis de la luz»)
Imagen del Bhodisattva, el ser iluminado que abandona el nirvana ya alcanzado y regresa al samsara en su intento de que todos los seres puedan obtener el estado de budeidad. El poema «Mies de oro» activa la imagen del fuego, elemento necesario para obtener el lapis philosophorum, el oro, la materia divina:
Cuando mi canto aprende
de los signos, el vuelo;
cuando el dolor,
cuando el silencio,
cuando el fuego;
mis manos de labriego aparvan
las trilladas semillas
del verbo.
La poesía obtiene los poderes de la magia y, como expresión alquímica, adquiere la propiedad de atravesar el dolor y de convertirlo en goce y gratitud. De este modo, queda convertida en sanación.
La palabra poética se expande
buscando un corazón —lecho fungible—
[...]
su luz encuentra heridas y las sana.
El verso se resuelve en quien lo sueña,
su gracia infunde paz y en algo cambia
a aquellos que su majestad corona.
(«Investidura»)
6. Mística
La función última de la poesía de Heberto de Sysmo es la mística. No se trata de una mística establecida en los límites de la ortodoxia del cristianismo occidental, sino que más bien ahonda en el fondo místico de todas las creencias, religiones o filosofías posibles. Aquello a lo que Aldous Huxley llamó filosofía perenne[5] y que recibe varios nombres como lo absoluto, conciencia cósmica, totalidad, unidad, inconsciente sagrado... Mística que consiste en la participación de todas las individualidades en un todo sagrado.
Es escribir, el virus
que en tinta se propaga;
gramático y semántico,
hermético o desnudo,
el son alfanumérico,
el líquido y la copa,
la luz androtelúrica.
(«Huésped»)
Unidad entre hombre y cosmos. Cosmos que adquiere entidad de divinidad, divinidad inmanente y no trascendente. Aquí el autor sigue patrones poéticos cercanos como lo son Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre o Carlos Edmundo de Ory u otros más alejados como Lao-Tsé, Basho o Joso.
Tras las cesuras
oscuras de la mente...
Luz hemistiquia.
(«Canon»)
Entre los versos
arden palabras libres
nunca escritas.
(«Caligrafía oculta»)
Heberto de Sysmo participa así de la poética del silencio, cercana al taoísmo y al budismo zen, en la que el silencio manifiesta el pensamiento que escapa al sujeto, a la lógica. Pensar con el no pensamiento, hallar un lenguaje que se escriba por sí mismo. Pues el lenguaje, por sí, supone una violencia (en cuanto alteración) sobre una realidad sin límites conceptuales.
Amenazamos
con el filo lingüístico del habla.
La paz será el silencio.
(«Orgullo letrado»)
[1]Estado de repentina iluminación, budeidad o naturaleza de Buda.
[2]El koan y el haiku, manifestaciones poéticas del zen, son acercamientos al silencio. El haiku representa un instante de budeidad y se asocia a las reverberaciones del agua de un estanque creadas por la caída una piedra en una noche de luna llena. Éste supone un acto de gratitud por aquello que se percibe y ello se consigue mediante la supresión del ruido interno. El koan, en cambio, supone una fractura en el lenguaje, hecho que hace que la conciencia se expanda más allá de conceptos y signos. Su imagen más acertada sería un relámpago en la noche o una pedrada en pleno cráneo.
[3]El arquetipo, expresión del inconsciente colectivo según Carl Gustav Jung, es la representación de una imagen simbólica que aparece a través de la historia en diversas culturas (la svástica, la espiral, el mandala...). Por ello, la imagen arquetípica es universal.
[4]Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, Mil plateaux (capitalisme et schizophrénie), 1980; Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos, 2008, pp. 9-29. Texto donde se ofrecen las claves de una escritura rizomática.
[5]Huxley, Aldous, The Perennial Philospphy, 1945; La filosofía perenne, Barcelona, Edhasa, 2010.
Puedes comprar el libro en: