Es precisamente José Manuel Ramón, miembro fundador junto a Ada Soriano, José Luis Zerón y José María Piñeiro de aquella memorable revista de creación llamada Empireuma, quien añade sus palabras en la contracubierta para afirmar la condición de rara avis de la autora, “ajena a los cantos de sirena de la insulsa posmodernidad”, en efecto, Ada Soriano es una poeta que puede presumir de un estilo propio donde lo autobiográfico se entrelaza con lo cotidiano en perfecta sincronía. Nos hallamos con un estilo pulido y sencillo que dignifica la palabra como vehículo de una emoción donde las luces se atenúan con las sombras dando paso a una serena reflexión.
No encontramos en su poesía una compleja estructura, el libro se compone de veintinueve poemas divididos en dos partes, la que da título al conjunto y “Seis poemas delicados”, que dedica a su madre y a José Luis Zerón, entre otros, donde el punto de vista se torna más sentimental si cabe.
Una cita de António Ramos Rosa introduce el “alumbramiento”, los “esbozos de luz” donde “cae lento el sol”. Los cerezos, las nubes, las rosas, los caballos, son fuente de inspiración para una meditación íntima o para la expresión del deseo, de la entrega, del arrebato.
Pero es en el poema que da título al libro donde Ada Soriano sintetiza su discurso, como en estos versos: “Dondequiera que vague el día / buscan los amantes un refugio / donde saciar sus deseos / al margen de la mirada inquisitoria / de una sotana y su púlpito”. Así la poesía se erige en un instrumento eficaz para la crítica social y, ante todo, como verdadero refugio para la sensibilidad de una autora capaz de hacer perennes los pétalos de las “flores en el río”.
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