Haraway supone un auténtico desafío, un cruce de caminos. En su obra confluyen diferentes disciplinas académicas, tecnologías y vías de construcción de la experiencia. Sus artículos y ensayos son al mismo tiempo análisis culturales, historia de la ciencia, investigaciones feministas y tomas de posturas políticas. Haraway investiga y experimenta insaciablemente, al igual en su trayectoria profesional que vital, fiel a su propio deseo: «Supongo que en realidad crecí con el sueño de ser exploradora.»
\"Como una hoja\" nos permite así, en un tono a la vez íntimo y profundo, y haciendo uso de un lenguaje claro y accesible, aproximamos a la obra y vida de una figura clave en la historia del feminismo contemporáneo, autora de, entre otros, el reconocido Manifiesto para cyborgs.
Leer a Haraway es un riesgo que vale la pena. Y también, un acto de humildad. Porque no puede movernos el ansia de entenderlo todo, sino el goce de descubrir conexiones, el «aprender a ser amables», la modestia de andar sin arrogancia, sin pretensiones de universalidad, dejando de verse como el centro de la acción y aventurándose por terrenos desconocidos.
Haraway nos invita a pensar —con vampiros, chimpancés, cyborgs, perros, palomas, hongos y monstruos como la «indomable y mortal Medusa», habitantes/hacedores de «naturo- culturas emergentes», «alteridades significativas», compañeros de juego, cama y mesa en «el desorden de la vida», carne y signo condensados en palabras que difícilmente hubiéramos imaginado como generadoras de un pensamiento feminista.
Leer a Haraway no nos mueve a crear grandes teorías sino a prestar atención a los detalles, a hacernos preguntas —¿quiénes somos, con quién, dónde, cuándo?—, a mirar el mundo a través de los ojos de criaturas encarnadas en metáforas temporal e históricamente situadas que cuestionan las fronteras e insisten en la contaminación, el oxímoron, la especificidad, la localización indispensable para activar responsabilidades.
El primer capítulo de Como una hoja nos sitúa en Santa Cruz, California, 1997. Casa de Donna Haraway, bióloga y filósofa de la ciencia, y Rusten Hogness, escritor científico y productor de radio. No es este «el hogar», la casa construida en el estado de Sonoma por esa familia de lazos fraternales, o esa fraternidad de lazos familiares que la bióloga llama kin, sino el lugar en el que vivían durante el período lectivo cuando Haraway aún era profesora en funciones del Departamento de Historia de la Conciencia de la Universidad de Santa Cruz, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar una plaza académica de teoría feminista en una universidad norteamericana.
Los primeros en aparecer en el libro son los árboles y plantas que rodean el bungalow; enseguida conocemos a la señorita Moses, la gata; luego a Roland, el perro, y finalmente a Rusten, compañero de vida de Haraway. Significativamente, la conversación con la artista y escritora Thyrza Nichols Goodeve, ex- alumna de Haraway, no se desarrolla en la sala o en el estudio, sino en la cocina.
La conversación se propone como un viaje en el que vamos identificando poco a poco los distintos hilos con los que la bióloga teje su pensamiento, que es siempre un diálogo, una interpelación, una llamada a la acción, un giro en ideas que acostumbramos a dar por sentado o que consideramos inamovibles.
El resultado, Como una hoja, es una excelente oportunidad para quienes se inician en el pensamiento de Haraway. Quienes sean lectores y lectoras habituales de Haraway, encontrarán en la conversación un texto en el que reconocer las tensiones, tendencias, conversaciones y contingencias que son parte de una de las propuestas más innovadoras y arriesgadas de las últimas décadas. En un ejercicio de conocimiento situado, el libro ofrece una gran cantidad de historias que se presentan como un recorrido por la historia de su trabajo, las decisiones, giros y golpes de la vida por los que ciertas ideas adquirieron unas formas y no otras.
La académica norteamericana blanca, de clase media, rebelde, pacifista, feminista, apasionada, amante de la ironía y la ciencia ficción, habla sobre su herencia intelectual, histórica y familiar, cómo fue configurándose su carrera profesional y los intereses de sus investigaciones, los contextos históricos, geográficos, relacionales y emocionales en los que nacieron sus monstruos inapropiados e inapropiables, la historia de sus casas y sus clases en la universidad, la relación con sus alumnos, sus colegas, sus mascotas y sus amantes en un tono más íntimo y divertido —aunque igual de riguroso— que el que utiliza en sus textos.
El libro cierra con una coda, parte final de una pieza musical que nos invita a repensar la entrevista como un conjunto de ondas con cierta armonía, en la que Haraway acaba con una de sus bromas, tan seria como lo es su propuesta epistemológica:
Exacto, pero al final lo que digo es muy sencillo. Lo único que pido realmente son pasión e ironía permanentes, donde la pasión es tan importante como la ironía.
Solo pide pasión e ironía, prácticas bien difíciles en estos tiempos políticamente correctos en los que casi cualquier crítica es una ofensa, un descrédito o hasta un delito, escribe Helen Torres en el prólogo del libro.
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