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Miguel Griot presenta en la Biblioteca Pública de Cádiz \'Iqbal Masih. Lágrimas, sorpresas y coraje\' en el Día contra la Esclavitud Infantil

Miguel Griot presenta en la Biblioteca Pública de Cádiz \"Iqbal Masih. Lágrimas, sorpresas y coraje\" en el Día contra la Esclavitud Infantil

lunes 23 de abril de 2018, 01:00h

En 1995, Iqbal Masih, se convirtió en mártir por la lucha contra la esclavitud infantil al ser asesinado en Lahore, su localidad natal. Iqbal denunció su situación ante la opinión pública para concienciar al mundo de una injusticia que afecta a millones de menores en el mundo. A partir de la recreación de los testimonios de los que lo conocieron, lo escucharon o lo odiaron, asistimos en \"Iqbal Masih. Lágrimas, sorpresas y coraje\" a la descripción de un personaje cuya labor ha sido imprescindible en la búsqueda de un mundo mejor.

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Todo comenzó con una suma relativamente pequeña de dinero. Seiscientas rupias, al cambio nueve euros. ¿Cuántas cosas podemos comprarnos en España con nueve euros? No muchas a parte de este periódico. Es probable que gran parte  de la ropa con la que te vistes,  cueste más.  Pero sobre la ropa (y su procedencia) hablaremos luego. Estábamos con esos nueve euros y cosas que se pueden vender y comprar.  En Pakistán, por ejemplo, puedes alquilar la mano de obra de un menor para un taller de alfombras durante más de diez años.  Esto de por sí no es no noticia, aunque hasta ahora hayas vivido en una burbuja sin saber que estas cosas ocurren, pero así arranca lo que quiero contarte. Te quiero hablar de Iqbal Masih.

\"descarga\"Nació en los suburbios de la capital del Punjab pakistaní, Lahore,  en el seno de una familia que envidiaría a los padres que tuvieron que entregar a Oliver Twist a un orfanato. Puedes imaginarte la miseria y precariedad...bueno, lo cierto es que la mayoría de nosotros no podemos imaginárnoslo. Ninguno de nosotros se ha visto en la situación de Saif e Inyat Masih: la única forma de conseguir esas seiscientas rupias para seguir tirando, es que nuestro hijo de ocho años se ponga a trabajar. A trabajar en unas condiciones que un minero asturiano de finales del XIX consideraría esclavistas.

De nuevo, no te estoy dando ninguna exclusiva. Según Unicef semejante destino lo comparten dos millones de menores en Pakistán, cerca de 170 millones en todo el mundo.  

Iqbal Masih parecía abocado a no ser más que un número en una fría estadística invisible para la mayor parte de nosotros, saturados de datos que certifican lo mal repartidas que están las cosas, y que mal se pasa en la mayor parte del planeta. No hace falta irse tan lejos, vasta con salir de casa y darse una vuelta por la calle para certificarlo. Lo que no resulta tan usual es toparse con un héroe. Y por héroe no me refiero a un tipo célebre por salir por televisión (o youtube), ni a un campeón en determinado deporte. Mi concepto de héroe tiene que ver con él, con Iqbal Masih.

Como dice el refrán africano, nadie nace a pulso. Para pasar de ser un niño explotado al mayor activista contra la explotación infantil, tenían que darse las condiciones. El viaje de un cochambroso taller o un plató de televisión de la cadena norteamericana ABC, habría sido imposible de continuar la dictadura militar. Benazir Bhutto era entonces la presidenta, la primera en una república musulmana. Eso abrió puertas que llevaban mucho tiempo cerradas. Sindicatos y movimientos civiles antes en la clandestinidad, emergieron como un torrente desbocado. Y prácticas milenarias como el paishgee, préstamo a cambio de servidumbre, parecían tener unos cimientos ya podridos, decadentes, incapaces de detener su paso. El parlamento de Pakistán promulgó una ley que prohibía el trabajo infantil. Claro, al estilo del derecho de cada español a una vivienda y trabajo digno, pero un avance respecto al anterior ordeno y mando de los uniformados.

En los 90 Islamabad era el epicentro de manifestaciones, mítines y conciliábulos de la baja y urgente política para hambrientos y descamisados, y la alta política cercada por intereses geoestratégicos de esta potencia nuclear con los pies descalzos. Mientras tanto en un pequeño taller del Punjab, un pequeño chaval pergeñaba su propia revolución. Se escapaba del trabajo, encaraba al patrón, pedía auxilio a la policía, reclamaba sus derechos y contagiaba a sus compañeros. Resulta que además era cristiano. Cómo no iba a terminar por encontrarse con un tal Eshan Ullah Kahn, cabeza visible del BLLF, frente de liberación del trabajo forzado.

Se cuenta que fue durante una charla del BLLF a unos niños que recién salían de sus talleres. Eshan pidió un voluntario para que relatara su experiencia.  Iqbal causó una tremenda impresión. “Este chico puede hacer más daño contra el trabajo forzado que cualquier político”, pensó el líder del movimiento.

A la construcción del mito se unió el director de cine sueco Magnus Bermar. Andaba tras la búsqueda de un protagonista para su documental sobre la explotación infantil en la industria de las alfombras. Ya sabes a quien escogió. El escandinavo se quedó prendado de su soltura, desparpajo, y, por qué no decirlo, su fotogenia. La cámara se enamoró de Iqbal Masih quizá por el importante detalle de que sabía de lo que estaba hablando. Pienso que si se tratara de un vídeoclip de Justin Bieber, no lo habría hecho también. Pero esto funciona en las dos direcciones. Ningún artista de los que forran las carpetas, habría sabido contar tan bien como Iqbal Masih, que supone asumir una deuda familiar y condenar tu futuro a un trabajo extenuante y despiadado. 

El documental de Bermar recorrió medio mundo civilizado. Por supuesto no acabó ni ha acabado con el problema, pero, como se suele decir ahora, despertó conciencias. Entre ellas la de Jennifer Margulis, directiva de una marca deportiva que no voy a publicitar. Tuvo una genial idea para acabar con la explotación infantil. En lugar de enterarnos de quién cose esas zapatillas tan rápido y tan barato, démosle un premio a ese Iqbal.

“Los niños tienen derecho a ser libres”, gritó Iqbal ante un auditorio entregado en Boston, en el que no faltaban figuras del espectáculo como el vocalista de REM y Peter Gabriel. Antes de marcharse de EEUU, Iqbal reveló su hoja de ruta: “Quiero convertirme en abogado para poder luchar contra las injusticas. Pero antes debo terminar la escuela”. Palabras que habría suscrito cualquier estudiante nuestro de primaria, antes de desembocar en el iniciático rito del botellón.

Como ya sabes o te imaginas ni Iqbal cumplió su sueño, ni leer (y escribir este artículo) ha supuesto el menor cambio. Pero no está de mal recordarlo, ni echar de vez en cuando un vistazo al made in de la etiqueta de nuestras camisetas. Y darle las gracias a ese desgraciado por la pasta que nos ha ahorrado.  

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Miguel Griot es el seudónimo de Miguel Ángel Alonso (Salamanca, 1976), licenciado en Derecho y Master de periodismo del diario El Mundo. En 2004 ganó el premio de la asociación Goya de Santander por \"El Rey de Abría no se llamaba Guelfi\". Ha publicado con Timun Mas la colección \"Cuentos de Cura Sanita\" (2005), que fue lectura recomendada por los libreros de Girona en la feria de San Jordi. \"Iqbal Masih, Lágrimas, Sorpresas y Coraje\" (Oxford University Press, 2008) es su título más conocido, y se trata de una biografía novelada del célebre activista contra la esclavitud infantil. Su obra \"Yus no quiso ser romusha\" quedó finalista en el premio Edebé de 2013. La serie \"No pasarán Z\" es su primera incursión en la ficción para adultos.

Puedes comprar el libro en:

 

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