Veterinario, de estudios académicos, por la Universidad Complutense de Madrid, fue muy joven subdirector del Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, y activista político en la transición democrática. Aunque le ha gustado escribir desde siempre no ha sido hasta ahora cuando ha publicado su primera novela “La chica francesa”, basada en su recuerdos de adolescente.
La novela destripa la vida, los valores, las enseñanzas de un internado religioso muy en sintonía con las esencias de la dictadura, desde la mirada e inquietud de un joven que se pregunta muchas cosas, advierte las contradicciones y no acepta lo establecido, cuando ya recibe profundas influencias de cambio en una España que se agota y otra que nace. En la entrevista, nos desvela algunos de los secretos de su primera obra que esperemos no sea la última.
“La chica francesa” es su debut en la literatura, aunque siempre ha estado muy vinculado a ese mundo. ¿Qué le ha hecho dar ese paso?
En realidad llevaba toda la vida escribiendo, desde muy joven, en forma de diarios, publicando ensayos profesionales, artículos especializados, y laúltima década había escrito tres novelas a partir de mi propio material biográfico comofuente inspiradora. El borrador de la primera de las tres obras la leyó mi amigo Jesús Maeso de la Torre y me empujó a que viera la luz.
¿Por qué no había publicado hasta ahora?
Tal vez por la maldita cultura en la que vivimos que nos empuja a la especialización pública. Si yo era veterinario y experto en desarrollo rural y naturalista de formación académica, sólo podría operar hacia el público en ese campo, cuando también era pintor desde niño y “escribidor”. Practicaba en mi vida ordinaria las tres cosas, aunque la primera era la retribuida, dejando a las otras dos en el ámbito de los hobby. Al final terminé realizando exposiciones de pintura y ahora publicando. Pero es que a mí me gustan las tres con la misma pasión. También en aquellas materias en las que no has contado con formación académica, tal vez, uno se sienta más inseguro y con miedo a la exposición pública. Si no me empuja Jesús Maeso, seguramente no hubiese publicado.
Al protagonista de la novela le diagnostican un cáncer. Es en ese momento cuando piensa poner en orden su vida. ¿Tienen que ocurrir episodios como ese para recapitular una vida?
Sin duda. Tengo la experiencia personal. Pasados los primeros momentos del desconcierto y el miedo, piensas en lo que vas a dejar, ordenas papeles útiles para tu familia, pero también ordenas tu memoria. Claro, esa es la ventaja cuando es un tipo de cáncer que te deja algo de tiempo. En mi caso eran miles de páginas escritas archivadas, lo que fueron tremendamente útiles para la novela. En realidad han sido útiles para las tres, dos de ellas aún no publicadas.
La muerte y el valor de la vida están muy presentes en la novela. ¿Reflexionamos lo necesario sobre ambas cuestiones?
Te planteas el valor de la vida cuando te dicen que puede que pronto se te acabe. Es normal que en la vida cotidiana no andes planteándotelo. Tal vez, ni debes. La obligación es ser felices, a ser posible cada día. Y eso lo suele practicar todo el mundo por impulso vital. El protagonista de la novela, Esteban, encuentra su razón vital en el proyecto de su huerta ecológica, que en el fondo es la batalla por recuperar la riqueza biológica perdida y que anida en su memoria de juventud, reflejada en sus recuerdos de 1973. Y la felicidad de él es que su hija está comprometida en el proyecto, lo que le da garantías de continuidad más allá de sumuerte. Eso le permite afrontarla con tranquilidad. Es una forma de inmortalidad para los que como él no creen en la existencia de otra vida tras la muerte.
¿Qué tiene la juventud para recordarla toda la vida?
Creo que lo que más define a esa etapa de nuestra vida es el descubrimiento del amor, la potencia de enamorarse y el sexo, algo determinante. Como decía Manuel Vázquez Montalbán “hay que desconfiar de quien repudia la gastronomía y el sexo”. Si la acompañamos con el vigor, la actividad física, la toma de decisiones, la creencia de ser eternamente jóvenes y contemplar la vida que nos queda como algo infinito.
La novela está escrita en primera persona. ¿Le resulta más fácil utilizar esta forma literaria que otras?
Por la costumbre de escribir mis diarios desde la adolescencia.
Los agricultores de ahora son unos ignorantes con una visión exclusiva e intensamente productivista y los urbanitas conciben la naturaleza como intensa y exclusivamente conservacionista. Ambas visiones son igual de perniciosas para el futuro de la naturaleza
La novela va alternando dos espacios temporales, la actualidad -2013- y 1973. ¿Con esa alternancia se atrae más la atención del lector?
Sin duda. Le da frescor y fuerza.
¿Por qué ha utilizado esa fórmula?
Me permite en la novela afrontar dos temas esenciales de la misma: el posible final de la vida del protagonista (2013) y el de una forma de vida agraria heredada de siglos que moría en 1973, que es el otro tipo de muerte que sobrevuela en la novela. Pero también el comienzo de un amor y su continuidad cuarenta años después.
¿Se olvida el primer amor?
Supongo que no. En el caso de la novela el primer amor en serio fue el de 1973, tanto era así que le perduró cuarenta años después. No es el caso para la mayoría de los mortales, que seguro no olvidan jamás su primer gran amor.
En la parte memorialista, hay muchas referencias literarias. ¿Cuáles son los escritores que más le han influido?
Posiblemente Pío Baroja y Azorín. Más contemporáneo Gerard Durell. Me siento tan condicionado por ellos que los releo cada equis años. Sin olvidar los que me influyeron ideológicamente, como Darwin y Bertrand Russell.
¿Dará, en alguna ocasión, el paso a la novela histórica?
Sin duda. En ello estoy. Novelando una historia de amor real del siglo XVII en el monasterio de Cazalla de la orden de los Basilios.
"Se han expulsado a los campesinos, verdaderos artífices de la conservación histórica de los montes"
En su novela hay un canto a la naturaleza, al campo andaluz. ¿Estamos maltratando nuestros recursos naturales?
La muerte de un modelo de ecoagricultura casi autosuficiente, cíclica, con residuos cero, con diversidad de cultivos, heredada oralmente generación a generación durante siglos, ha sido sustituida por una agricultura industrial dirigida por las empresas de agroquímicos, que ha envenenado nuestros campos, simplificado los ecosistemas hasta hacer desaparecer gran parte de las especies animales asociadas. Dicha simplificación también se ha producido en la forma de la conservación de los montes, bien con cultivos industriales de la madera para el papel o de la gestión de espacios naturales. En ambos casos se han expulsado a los campesinos, verdaderos artífices de la conservación histórica de los montes, provocando los pavorosos incendios que acaban con ellos.Con todo ello hemos matado la cultura campesina, no escrita, que ha manejado nuestros campos en sintonía con la naturaleza.
¿Nos estamos alejando de la naturaleza?
Los agricultores de ahora son ignorantes con una visión exclusiva e intensamente productivista y los urbanitas conciben la naturaleza como intensa y exclusivamente conservacionista. Ambas visiones son igual de perniciosas para el futuro de la naturaleza.
¿Son fundamentales los ideales para poder vivir en paz consigo mismo?
Los valores y los proyectos vitales son herramientas que pueden contribuir a que seas más feliz.
¿Es su generación la misma que la de Esteban?
Por supuesto. La novela tiene un componente muy importante autobiográfico.
¿Qué tiene Esteban de usted y viceversa?
Esteban tiene de mí los espacios vitales y geográficos. A mí me hubiese gustado parecerme mucho más a Esteban en sus conocimientos de la naturaleza y la valentía a la hora de afrontar la muerte.
Sin el conocimiento del pasado no se puede construir el futuro
¿Qué importancia da a la cultura?
Iba un profesor con sus alumnos de viaje de estudios en un autobús y se cruzaron en la carretera con un viñedo donde había escrito en un cartel: “Se vende bino”. Todos los jóvenes empezaron a mofarse de la incultura del campesino que lo habría escrito. El profesor les preguntó: “que levante la mano quién sepa hacer vino”. Nadie la levantó. Entonces el profesor les dijo: “¿Quién creéis que es más ignorante, el que sabe escribir vino con “b” y sabe hacer vino o el que sabe escribirlo con “v” pero no sabe hacerlo?”
Es importante que se cultive la cultura libresca, pero que no se olvide la cultura heredada, la no escrita, los valores y los conocimientos de los que generaciones son depositarios vinculados al manejo de la tierra y la naturaleza. Esa cultura es esencial para un país reconocerse. Lo más grave es cuando faltan las dos, como es nuestro caso.
¿Cuál sería la enseñanza que nos deja “La chica francesa”?
Que sin el conocimiento del pasado no se puede construir el futuro y que el amor y los proyectos vitales son el motor de la vida.
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