De ahí que hoy, todavía arrobados, leemos: “Déjame enumerarte los dones reservados a la vejez/ Para coronar el esfuerzo de tu vida entera./ Ante todo la fricción helada del sentido que expira// Sin encanto, sin ofrecer promesa,/ sino la amarga insipidez del fruto espectral/ Cuando empiezan a separarse cuerpo y alma” Aquí, tal como ha de ser a tenor de lo que el canon clásico concuerda o establece, no solo hay una forma de decir, sino también una forma de pensar. El hombre a solas busca siempre, en un momento u otro, al poeta como consuelo, como compañía, como redención. De ahí que el poeta haya tenido en la historia, y tenga todavía en las almas nobles, la simbología de un camino a seguir, de un bien cuyo horizonte, sin invadir la libertad del caminante, orienta y acompaña, aunque fuere a semejanza de la eterna mar.
Es de recordar, por otro lado, el primoroso comienzo del cuarteto ‘East Coker’, allí donde se puede leer: “En mi principio está mi fin” Y he aquí que para todo aquel que ha entregado su soledad, su inteligencia y su tiempo al discurso de quien le habla desde el libro, poco más hay que añadir: es la invocación en favor de una rememoración (¿tal vez trágica, o sencillamente humana?) del tiempo, de la soledad de nuevo, pero también del horizonte por venir, de esa libertad que, en efecto, no existe sino que es ese algo a lo que se tiende.
Hermosa entrega, pues, la de este libro que está destinado a permanecer no solo en la historia de la literatura, sino en el corazón sintiente del hombre; que ha de ser su compañía en la extraña y fecunda letanía del tiempo.
La traducción –pues, por fortuna, la edición es bilingüe- es un precioso ejercicio de aproximación al ritmo y sentido poéticos. A la vez, el aparato de Notas que acompaña al texto es muy clarificador.
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