Entendiendo, entonces, el contenido de este relevante libro como una aproximación a la condición hombre-mujer dentro de la supervivencia, dice la autora que “la salud ha sido definida como ausencia de enfermedad”, y aclara al poco: “yo prefiero la que acuñó el médico Jordi Gol, la salud como un proceso para conseguir una autonomía personal, solidaria, gozosa”.
Un poco más adelante matizará, precisando: “un concepto (la salud) para entender el cuerpo no solo como productivo, sino como el de seres capaces de gozar del ocio, de la sexualidad, de la sensualidad y de las relaciones humanas”, y, casi a renglón seguido, hace una exposición que entra de lleno en las características o avatares de la condición femenina (de ahí la ubicación editorial en ‘Feminismos’) que es, de algún modo, una preocupación cada vez más presente como una forma de definición y, por extensión, de lucha en cuanto a defender la condición de la mujer como liberándola no solo de estereotipos acuñados injustamente con el tiempo, sino como reivindicación positiva, como signo de cultura que valore en sus justos términos el papel, la función y el significado de hombre y mujer en la sociedad actual: “Pero es muy difícil, y para algunas mujeres casi imposible, cambiar actitudes y valores con un cuerpo cansado, agotado por la doble jornada o por las microviolencias en la vida, en el trabajo y en las relaciones personales, o por las carencias nutricionales, las disfunciones endocrinológicas, las menstruales y las provocadas por el medio ambiente o la medicalización excesiva del cuerpo”.
El caso es que llegados a este punto, sería bueno, creo, contraponer este parecer con aquella expresión recogida en un libro de referencia, ‘La mística de le feminidad’ de Betty Friedan, donde recoge el parecer de una chica ingresada en un college estadounidense (pensemos en una clase alta) cuando manifestaba: “De repente te gustaría haber leído más, charlado más, cursado las materias más difíciles que te saltaste. Así sabrías lo que te interesa. Pero supongo que esas cosas dejan de importar cuando estás casada. Te interesa tu hogar y enseñarle a tus hijos a nadar y a patinar, y por las noches hablas con tu marido. Creo que seremos más felices de lo que las estudiantes de college solían serlo”.
Ahora bien, una vez más pensar es ser. Quiere decirse con ello que ha de ser la propia mujer quien ha de conocer su rol, sus intereses, y defenderlos. Y valiéndose de esa conciencia reclamar el lugar que en justicia (de libertad y equidad) le corresponde. Es cierto que el libro de Friedan pueda resultar hoy desfasado en cuanto a la opinión de la mujer acerca de sí misma, pero es sorprendente la vigencia de muchos pensamientos de mujer que, por una u otra razón, asumen para sí unos roles de dependencia que dificultan su autoestima, su personalidad.
Desde luego, situados en el territorio evolutivo racional y social en que nos encontramos, un pensamiento de acción separando hombre-mujer parece abocado al fracaso. La frase ya ha sido dicha: la unión, el vínculo, hacen la fuerza, esto es, la consecución de los fines.
Unión como justicia, como salud; como dignificación, como el principio de la necesaria libertad.
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