En tal sentido el catálogo de obras que nos viene ofreciendo la Fundación Castro, en la medida en que incluye muchas y hermosas crónicas de la vida de nuestros descubridores, aporta un bagaje muy rico a este tipo de lectura, que es como decir ofrece e incita al viaje en el sentido más amplio y vita.
La narración que nos ocupa es la crónica de una intensa y extensa acumulación de acontecimientos nuevos en territorios asimismo nuevos, llevada a cabo por uno de nuestros más célebres descubridores en tierras americanas, concretamente en territorios, tanto en el Río de la Plata (metal que, al fin, no prodigó su presencia en tal espacio geográfico argentino) y también en las nuevas tierras -antes menos exploradas en la gran aventura del Descubrimiento- pero que habían de ser significativas por cuanto constituyen, en parte, lo que hoy conforma el espacio físico de los Estados Unidos.
“Nuestro héroe nace a finales del siglo XV en el seno de dos poderosas familias jerezanas, pero su temprana orfandad le lleva a crecer en Sevilla al amparo del duque de Medina-Sidonia (…) Por diversas noticias sabemos que participó tanto en la guerra de África como en las campañas italianas” Y se nos sigue informando en la exhaustiva y clarificadora Presentación : “La Florida (¡qué nombre tan sugerente como escenario de aventuras!) era una tierra que se había resistido a los intentos de los españoles por tomarla, verde y hermosa pero llena de manglares y habitada por mil cacicazgos divididos que hacían imposible la victoria en una sola batalla. Ello no quita (¿tal vez por ello?) para que Pánfilo de Narváez propusiera al rey el desmesurado proyecto de conquistar estos territorios, expedición a la que se sumó Cabeza de Vaca en calidad de tesorero y alguacil” Él será uno de los escasos supervivientes después de innumerables infortunios, cuya retirada le ha de suponer “una caminata épica de casi nueve años, en que recorren desde la isla de MalHado (Galveston, Texas) a la Nueva Galicia (Nueva España”.
De ahí que se derive, acaso, el que, cuando regresa a España en 1537, lo haga “con la gloria de ser el hombre que mejor conoce a los indios del Nuevo Mundo” Y añaden las sabrosas crónicas: “por ello pone los ojos en el Río de la Plata, tierra que se encontraba sin pacificar, y obtiene del rey permiso para poblarla y conquistarla tras los intentos fallidos de otros predecesores” Una vida agitada, aventurera y convulsa donde las haya, pero así era el vivir heroico de aquellos aventureros, constructores ilusos de un Imperio (también de desventuras de todo tipo) y cuyo relato ha dado a la literatura universal una de las etapas más fecundas en un lenguaje vivo, épico como en los mejores momentos desde que la aventura ha sido narrada en origen: “Y viendo esto unos y oyéndolo otros, todos están muy alegres y regocijados y con la grande expectación que de V.A. tienen, encomienzan ya a ver estos reinos tan abundantes de todo género de virtudes y letras, como Dios los hizo entre todos los del mundo señalados..”
Y la aventura continúa (mientras el corazón y la animosidad más decidida aliente en el interior del lector, insaciable de novedades, de la curiosidad entendida en el sentido más amplio.
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