Cuando algo es evidente, lógico, obvio, es que esto es de cajón. Punto. Y cualquier complemento a esta frase sobra.
Porque los patos no tienen cajones. Ni uno ni dos. Lo que sí que sí tienen son huevos. Los ponen y dan pollitos.
Y sólo las mentes más geniales —y calenturientas— unirán conceptos y crearán una nueva expresión.
Ese don especial que tienes para que las cosas no vengan solas, que cuando ocurre una, te ocurran varias seguidas, y, si no son del todo buenos, es como para pensar que montas un circo y te crecen los enanos.
Porque si todo son desgracias, mejor no montes nada.
Los autores de "No seas pájaro de paragüero" son cinco, como las cartas en una mano de póker. Son hermanos, y eso es mucho. Y se llevan bien por Whatsapp y Facebook.
Javier es el más mayor, llegó antes. Y desde que llegó hace acopio de todo cachivache que encuentra: las babladurías son su perdición y, probablemente, obsesión, lo que hace que esté atento a cualquier babladuriante que pueda aparecer en su camino. Canta y lleva gafas.
Jorge, abogado, llegó más tarde. Eso lo mantiene siempre. Es penalista y trabaja en las trincheras del delito. Eso le permite tener un conocimiento profundo del mundo de las babladurías y es quien aporta las más inalcanzables. También canta y se parece a Donald Sutherland.
Rafa va en medio de este grupo de cino. Es el más inglés, porque ninguno teníamos que tener. Es irónico y es el elegido: él empezó recopilando estas frases, él las detecta, él las memoriza y es quien consideró que había que cuidarlas. Canta también y se rompió la rodilla.
Gonzalo es el penúltimo y se dedica a comunicar y seguir a los Beatles. Es rubio y cree que las babladurías son el mayor aporte que se ha hecho al lenguaje español en los últimos cinco siglos. Recopila, ordena, ilustra y coordina este proyecto porque canta y fumaba hace años.
Alfonso es el benjamín, aunque jamás lo aparentará. Es un músico atrapado en el cuerpo de un abogado civil-mercantilista. Caza babladurías al vuelo sin mucho esfuerzo y sin mucha consciencia, lo que hace de él un inesperado compañero. O sea que canta y lleva barba.
Hoy, buscados todavía por la RAE, sobreviven como soldados de fortuna. SI tiene alguna blabladuría y se los encuentra, quizá para contratarlos.
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