El yo es, por instantes, como quería Michaux, “un movimiento entre el gentío”. La palabra tiene la misma vocación de tortura que de instrumento liberador, de bisturí que de placebo, de espita que de tumba abierta. Escribir tiene que ver con pensarse, con recorrerse, y hay un culebreo húmedo, un pálpito extraño de la misma escritura sin paracaídas y donde el autor se quema a lo bonzo. La conquista de Madrid se fragua haciendo de la escritura no es un motivo cuanto un destino. El llamado bildungsroman –la novela de iniciaciones bucle y ese estar siempre en aprendiz, en estudiante, es lo que le hace un visionario. Busca a los malditos, a los bohemios de toda laya, a los locos para quienes la palabra es redención y el juego explícito de la misma los mejores camafeos, la única luz de las noches más oscuras. Se buscan los círculos intelectuales, los pequeños adoradores de lo sintáctico, como droga dura o vino malo.
A la manera de los libros más clásicos del maestro de Borges, Rafael Cansinos Asens (La novela de un literato), de los más líricos de Francisco Umbral (Trilogía de Madrid), de los más íntimos de Claudio Magris (El Danubio), de los más eruditos de W. G. Sebald (Los anillos de Saturno), de los más periodísticos de nuestro último Premio Nobel, la ucraniana Svetlana Aleksiévich (El hechizo de la muerte), de los más inclasificables de Vila-Matas (Bartleby y compañía) o de los más urgentes, entre el periodismo más acerado y otra literatura, de Kapuscinski (Ébano), en la confusión total de géneros literarios y el dominio magistral de los mismos, Diego Medrano rastrea un Madrid de presente y precariado, de esplendor y miseria, de lecturas en voz baja y sustos ácidos, buscando a partir de la deriva urbana un sentido a nuestra vida íntima como lectores sin posible solución y a una “modernidad líquida” (desfallecido el estado de bienestar, la usura como habitual moneda de cambio) donde la cultura vuelva a ser el principal asidero, la ruta más intrépida en el tiempo de todos los asedios y amenazas más lúgubres.
Diego Medrano (Oviedo, 1978) es autor de las novelas El clítoris de Camille (2006), Una puta albina colgada del brazo de Francisco Umbral (2008) y Tapa el sol con el pulgar (2009). Ha publicado los libros de relatos La soledad no tiene edad (2007), Los sueños diurnos (2006), Sobrevivir puede ser muy divertido (2009) y Dejemos el pesimismo para tiempos mejores (2010). Su labor poética queda reducida a los títulos: A veces cuerdo (2008), El hombre entre las rocas (2005), El viento muerde (2007) y Agua me falta (2008). Dos ensayos novelados, uno sobre la bohemia francesa de principios del siglo XX bajo el título Diario del artista echado a perder (2006) y otro sobre el extravío Real y Borbón bajo Historia golfa de las monarquías hispánicas. Guía regia de descarriados: de Sigerico a Urdangarín (2012) podrían forman un apasionante díptico de la disonancia. Su correspondencia con Leopoldo María Panero queda recogida en el volumen Los héroes inútiles (2005). Su proyecto mas inminente es el ciclo La soledad habitada, tres entregas con formato de crónica periodística sobre la intrahistoria de distintas ciudades europeas, cuyo primer volumen está dedicado a Madrid (Llévate el paraguas por si llueve).
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