Sin embargo, la obra que tenemos entre manos lo consigue plenamente y para ello recurre a una técnica ciertamente novedosa en España: exponer la ideología de un personaje a través de sus discursos más sobresalientes. En este sentido, el prólogo juega un rol fundamental pues en el mismo, Belén Becerril nos anticipa y contextualiza qué veremos y qué encontraremos en cada uno de los capítulos (discursos).
Asimismo, la obra reviste importancia puesto que tiene en cuenta el contexto nacional (Alemania) e internacional en el que desarrolló su trayectoria política. Por tanto, el libro es también un aconsejable manual de historia por el que desfilan Spaak, Schuman, Churchill, Monnet…todos ellos contemporáneos de nuestro protagonista y con los que mantuvo relaciones y no siempre estuvo de acuerdo. Sin embargo, como gran virtud de Adenauer, consiguió que del disenso inicial se pasara a un consenso final, sin dar por ello un giro de 180 grados a su ideario previo.
La estructura narrativa elegida por Encuentro resulta adecuada y pertinente: emplear el orden cronológico facilita la lectura y ordena los datos que se nos van ofreciendo. Igualmente, referirse a las penalidades que sufrió Adenauer por su oposición frontal al nazismo, no es baladí. De hecho, él mismo, a lo largo de su etapa como Canciller de la República Federal alemana las recuerda, nunca de manera victimista sino pedagógica. En efecto, fue habitual que indicara a sus compatriotas que nunca olvidaran los años del nacionalsocialismo pues sólo así se evitaría un retorno de tal régimen en el futuro.
Otro aspecto que debe destacarse de Adenauer es que fue un auténtico arquitecto. Él gestó no sólo la RFA o la CEE sino también la CDU, su partido, del que hizo una máquina formidable de ganar elecciones. Así, en varios de sus discursos habla del componente fundamental de la CDU, como es el cristianismo, en cuya defensa no regateó esfuerzos: “El SPD define al socialismo como su ideología, nosotros definimos el cristianismo como la nuestra” (pág. 34), añadiendo que el cristianismo no sólo salvaría a Alemania, sino a toda Europa ya que “el enemigo más letal y horroroso del cristianismo es la Rusia soviética” (pág. 140).
Con total legitimidad, el lector cuando finalice la obra, llegará a la conclusión de que Adenauer resultó un visionario. Esta cualidad se aprecia principalmente en su concepción del proceso de integración europea, del que fue firme defensor y al que atribuía una virtud principal: garantizaría la paz en Europa, al mismo tiempo que serviría para contener la amenaza del comunismo.
Además, esa Europa Unida nunca fagocitaría las identidades nacionales (
Adenauer se oponía firmemente a la centralización) y de ella podrían formar parte el resto de democracias. En este sentido, formuló una amarga queja (reproche, más bien) hacia la actitud que mostraron los gobiernos británicos (laboristas y conservadores) que declinaron integrarse en la CECA primero y más tarde en la CEE.
En esa Europa unida, Alemania debía tener un rol protagonista, no de mero espectador. Apostar por ese modus operandi le costó recibir varios ataques por parte de sus rivales del SPD que sostenían que la meta de Adenauer implicaba renunciar a la unificación de Alemania.
Tal tesis era incorrecta puesto que el panorama mundial de inicios de los años 50 hacía inviable la reunificación alemana. Adenauer lo sabía de ahí que centrara sus esfuerzos en hacer que su país recobrara paulatinamente protagonismo en la esfera internacional, mostrando que era un socio fiable para el resto de democracias occidentales. Al respecto, rechazó de forma radical la neutralidad porque significaba permanecer en tierra de nadie y “nos convertiría en objeto y nunca más seríamos sujeto” (pág. 151).
Finalmente, su rechazo del nacionalismo, lejos de hacerle caer en la grandilocuencia (o incluso en la retórica vacua) ilustraba ya en 1955 lo que está ocurriendo en pleno siglo XXI. Con sus propias palabras:
“No existen ya problemas importantes que sean exclusivamente alemanes o incluso exclusivamente europeos. Tendremos que aprender a pensar y a actuar en términos mayores. (…) No deberíamos pensar que ciertos países están lejos de nosotros y por tanto no nos interesan (…) Lo que ocurre en el Este de Asia nos preocupa tanto como lo que ocurre en nuestras fronteras. Cuando se trata de las repercusiones de los sucesos políticos, Oriente y Occidente están conectados de manera directa” (págs. 173-174).
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