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"Los despertares", de Marina Casado

Por Julia María Labrador Ben
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
'Los despertares', de Marina Casado

Marina Casado, periodista, especialista en Literatura, escritora y, por encima de todo, poeta, ha publicado por fin su primer poemario, "Los despertares", en Ediciones de la Torre, tras haber sido galardonados sus poemas con varios Premios y Menciones Honoríficas durante estos años.

Quizá por ser el primero es su libro más íntimo, más personal, en el que desnuda su alma que sueña, el alma que habita sus sueños y que se asoma a la vida en un despertar múltiple y sucesivo, de ahí el plural del título.

Los despertares va precedido por una dedicatoria que sorprende: “A mi Mundo-Nube”. Resulta curioso que el objeto de la misma no sea una persona sino un todo intangible que, en el fondo, está encerrado dentro del libro y a la vez contiene una parte del mismo, pues de ese mundo de la autora procede la fuente de inspiración de muchos de sus poemas o incluso algunos de los propios poemas completos.

A continuación encontramos una cita tomada de uno de los poetas que más ha influido en Marina Casado, Luis Cernuda, seleccionada por su estrecha relación con los contenidos temáticos de este libro: dolor, sueño, vida y despertar. Se trata de un fragmento del poema “Lázaro” del libro Las nubes, que comparte con esta obra la dualidad sueño-realidad, el despertar como salida del sueño y entrada en la realidad, o regreso a la misma, en un proceso de vuelta a la vida no exento de dolor.

El poemario Los despertares se divide en dos apartados, de desigual extensión, separados por un “Intermezzo” en prosa. Cada uno personifica un aspecto vital-literario distinto de la autora y en cada uno se identifica con un personaje literario diferente: en el primero se indica directamente quién es en el título, “Soledades de la Bella Durmiente” y en el segundo, “Retornos del espejo”, será Alicia quien sea trasunto de Marina o con quien ella se compare.

“Soledades de la Bella Durmiente”, compuesto por veintiséis poemas, tiene una subestructura triple: “Prólogo”, “Soledades” y “Epílogo”. Va precedido por una cita de Alejandra Pizarnik, un breve poema tomado de Árbol de Diana y dedicado a Alain Glass que encierra un concepto que va a desarrollar Marina en este apartado: el tiempo como jaula, como encierro de la “dormida” desde el que ésta contempla el mundo sin poder mirarlo realmente (“mira sus ojos solos”), pues sus ojos están cerrados, lo que ve lo ve desde su mente o en su mente.

El “Prólogo” son tres poemas pero a la vez se nos antojan como las tres partes de uno solo dada la continuidad temática que existe entre ellos, patente desde el título de los mismos (“Planteamiento”, “Nudo”, “Desenlace”). Los despertares comienza con un texto duro y goteante de tristeza de hospital, destila una angustia in crescendo, cada vez más alejada de la esperanzada estrofa que le da inicio, el azul deja paso al blanco, color que preside el poema, pero no un blanco alegre ni luminoso, sino un color sinónimo de asepsia para combatir la enfermedad, para luchar contra la muerte, para resignarse a esperarla. La “triste Bella Durmiente” de este apartado es un “dulce ángel encarnado”, un “ángel inocente”, un “dulce ángel doliente”, que reposa sobre una camilla con los ojos cerrados.

Tras este desasosegador comienzo de vida dormida, moribunda, abocada a la muerte aunque con un posible, pero muy incierto despertar, se inicia el subapartado más extenso de todos, “Soledades”, por cuyos poemas se salpican pinceladas de azul, el azul rubeniano de las princesas, pero también el azul del océano, y, en varias ocasiones, un azul oscuro, que incluso protagoniza un poema que lleva por título una de las variedades de este color, “Cian”.

Además, aparecerá otro color más esperanzado, el verde, que coincide con el tono de los ojos de la autora, “el verde cambiante de su iris”, como se refiere a él en el poema “Al borde de sus ojos”, un texto nostálgico sobre la niña que fue, que permanecerá eternamente inmortalizada en las páginas de un álbum de fotos para no ser olvidada nunca, y que siempre vivirá en su interior, del que asomará a veces a través de un guiño de su mirada reflejada en el espejo durante un instante tan breve que no dura siquiera un segundo.

Aunque un tono luminoso, el dorado, protagonizará el poema “Octubre”, como una promesa de futuro, en este apartado va a predominar la oscuridad, iluminada por luces, otras veces por estrellas y en ocasiones por la luna. De hecho ese poema da la vuelta a los mitos, al final feliz de los cuentos que “sí tenían final, y donde las princesas / despertaban del sueño de su eterna añoranza”, ya que en este libro la protagonista no despertará y vagará para siempre, en una renuncia voluntaria porque “no se producirá aquel beso / que rompiese el hechizo”. Todo ello provoca que ese color pase a denominarse “dorado-nostalgia” en el siguiente poema, que destila tristeza desde el título hasta el último de sus versos y luego da paso a un gris plomizo en lógica evolución colorista desde el melancólico otoño hasta el frío invierno.

Y a continuación desgranará los últimos poemas de sueños, de absurdos oníricos y de recuerdos del pasado, sobre todo de esto último, para finalizar con un despertar a la muerte, pues tras vivir en el reino del sueño en el que su alma se ha quedado para siempre, no podía ser de otro modo, el sueño es la vida y la auténtica vida es la muerte. Este apartado finaliza con un “Epílogo” titulado “Elegía verde con destellos de sol” que, como nos aclarará a continuación, no está protagonizado por la Bella Durmiente sino por un personaje de su infancia que se desvanece en el recuerdo ya desde la dedicatoria del mismo, que, aunque parezca increíble por sus muchas creencias vitales, ya no está ni aunque se pose una mariposa en aquellas realidades y por el que la autora no puede evitar llorar.

Los dos apartados poemáticos de este libro aparecen separados por un “Intermezzo” en prosa a modo de transición. En el mismo, la reflexión sobre la muerte como un despertar a la realidad dará paso enseguida a explicarnos qué une a la Bella Durmiente con Alicia: los sueños. Si en el caso de la primera el cuento tradicional nos relata su vida anterior y posterior a haberse pinchado con el huso, omitiendo sus años oníricos, en el de Alicia ocurrirá justo lo contrario, el libro de Carroll se centra en sus horas de sueño.

Marina Casado nos ha hablado de lo que ignora la tradición, los desconocidos sueños de la Bella Durmiente, y con Alicia pretende contarnos también lo desconocido, su vida fuera del mundo onírico. Incluso da un paso más allá: la Bella Durmiente se transforma en Alicia al morir en su despertar y huye de volver al sueño. “Alicia, dormida, volvería a ser la Bella Durmiente, a viajar por las tierras imposibles del País de las Maravillas.” No obstante, puesto que la realidad supera a la ficción, el sueño puede invadir ésta sin que nos percatemos de cómo el Espejo ha regresado a la vida.

“Retornos del espejo” está precedido por una cita de Pedro Salinas, las dos primeras estrofas del poema “Detrás de la risa” de La voz a ti debida, en el que se habla de cómo una mujer puede volverse irreconocible con la risa como máscara y el poeta teme perderla ante ese cambio, pérdida que coincidirá con la que sufren los habitantes del otro lado del espejo cuando Alicia escapa de su País en los textos de Marina. Durante dieciséis poemas vemos a Alicia evolucionar, descubrimos una Alicia muy distinta a la de Carroll, mucho más moderna, actual, menos niña de lo que parece a primera vista, precisamente por ir acorde con el tiempo en que vive.

Casi todos los poemas van precedidos por un fragmento de la novela de Carroll que coincide con el tema que va a desarrollar Marina Casado en los mismos: coincidencia en el fondo contradictoria al diferir intencionadamente en el enfoque por el que se encauzará, al actualizar a Alicia, al traerla a la actualidad presente. Si en el primero de los textos es rubia, en el segundo ya ha dejado de serlo, ha comenzado su evolución, su distanciamiento del personaje que conocemos, su huida del mundo del sueño, su miedo a volver a traspasar el espejo involuntariamente, algo que de manera irremediable sucederá si se queda dormida.

Su País del Espejo, del sueño, es un lugar de soledad, por eso quiere huir voluntariamente de esa terrible irrealidad, por eso despertó y por eso quiere permanecer despierta y desoír los deseos de las criaturas del otro lado que la esperan, que la conminan a que vuelva. En definitiva, por eso sabe ya que no es Alicia y tampoco desea volver a serlo.

De repente, en dos de los poemas se introduce un personaje real, de carne y hueso, ajeno al mundo de Carroll, tomado directamente del siglo XX, el cantante Jim Morrison, del grupo The Doors. Escapado del Espejo al igual que le sucede ahora a Alicia, no para de conminarla a que deje de ser ella con la frase “Estás perdida, niña”, manera indirecta de pedirle que no vuelva a atravesar a la otra orilla. Pero en el segundo de los textos nos sorprende descubrir que ha sido Jim quien ha vuelto a caer en el otro lado que preconizaba como merecedor de huida, tal vez porque “Todos estamos locos”.

No obstante esa huida lograda, el mundo absurdo e irreal del otro lado del Espejo lo traspasa y asoma en éste, mezclado con la vida auténtica a modo de trampa para engañar a Alicia e intentar que regrese. Varios elementos comunes se diseminan por los distintos poemas: carmín de labios, tacones, cabellos de color cambiante, bolsito, llanto, lágrimas, lluvia, noche y besos coleccionados.

En Los despertares Alicia ya no está en su País, no es Alicia, “está perdida en un mundo cadáver, sin Alicias”. Ha logrado escaparse, pero a costa de perder su esencia. Igual que la Bella Durmiente, ni serán besadas como ansiaba la tradición, ni lograrán ser felices en las nuevas vidas que han elegido, pero sí serán un poquito más libres y, sobre todo, dueñas del devenir de sus días.

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Marina Casado
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